Economía Ambiental con Xavier Labandeira
Esta semana hemos comenzado con una nueva asignatura, Economía Ambiental, de la mano de Xavier Labandeira, que nos acompañó martes y miércoles. Además de coordinador del MGDS, es Catedrático de Economía y pertenece al departamento de Economía Aplicada y al grupo de investigación Rede. Asimismo, es director del centro de investigación privado Economics for Energy y autor líder del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU en el grupo 3, dedicado a la mitigación del cambio climático.
En primer lugar comprendimos que la Economía se ocupa de gestionar aquellos recursos que son escasos. Para ello es importante el concepto de eficiencia, pero también el de equidad.
Para lograr una buena gestión de recursos escasos el mercado es un mecanismo fundamental, ya que de forma sencilla y a un bajo coste ofrece una gran información, al establecer precios. Estos precios informan a los consumidores del coste de los productores, y a los productores de los gustos de los consumidores. Además generan incentivos: si el precio de un producto sube, las empresas producirán más, si baja, los consumidores comprarán mayor cantidad. De esta forma, el mercado consigue eficiencia económica, si no existen fallos de mercado.
Estos fallos pueden ser la falta de competencia o la existencia de bienes públicos o externalidades. En Economía Ambiental nos centramos en los dos últimos.
Libro «Economía Ambiental» de Xavier Labandeira, Carmelo J. León y Mª Xosé Vázquez (lectura recomendada)
Los bienes públicos son aquellos en los que no existe rivalidad ni exclusión. Por ejemplo, que una persona respire aire limpio no impide que otra persona también disfrute de ese aire (no rivalidad), por lo que no tiene sentido ni es posible excluir a nadie de su consumo (no exclusión). Como no se puede excluir de su consumo, no hay incentivos a pagar por ello, de modo que se produce una cantidad inferior a la eficiente, por lo que es necesaria intervención pública.
Las externalidades se producen cuando un efecto no es compensado, por ejemplo, una fábrica paga a sus trabajadores y proveedores, pero no a los afectados por su contaminación, por lo que estos son perjudicados y no reciben compensación. Así, al tomar sus decisiones, la empresa no tiene en cuenta el coste total que para la sociedad supone su actividad, por lo que produce una cantidad de contaminación superior a la eficiente.
Existen varias formas de solucionar este fallo de mercado. Coase considera que se debe a la mala asignación de los derechos de propiedad. Volviendo a nuestro ejemplo, el problema es que el aire no es propiedad de nadie. Si se asignase el derecho de propiedad a la empresa, los ciudadanos le tendrían que pagar para que redujese su contaminación; si el derecho fuese de los ciudadanos, la empresa debería compensarles para poder contaminar. De esta forma ya se tendría en cuenta el efecto de la contaminación sobre los ciudadanos, por lo que se solucionaría la externalidad. El problema es que este método supondría grandes costes de transacción, al tener que negociar millones de agentes.
Otra solución (propuesta por Pigou) es establecer un impuesto a la empresa por unidad de contaminación o asignarle permisos de contaminación que se puedan comprar y vender entre contaminadores. De esta forma, la empresa tendrá en cuenta el coste que supone la contaminación para la sociedad, por lo que reducirá dicha contaminación. Este mecanismo tampoco es perfecto, ya que no se sabe qué tipo impositivo es el que lleva a la cantidad óptima, por lo que habrá que recurrir a soluciones de segundo óptimo.
Si examinamos las políticas ambientales, una primera generación fueron las aproximaciones mandato y control, con establecimiento de estándares, por ejemplo, obligar a todas las empresas a emitir 10 unidades de contaminación al día. Sin embargo, los economistas prefieren utilizar instrumentos económicos o de mercado. Los estándares se aplican por igual a todas las empresas, aunque sean de distintos sectores o tengan distintas tecnologías. Por tanto, para unos productores sería muy barato reducir su contaminación, y para otros muy caro, por lo que, aunque se consiguiese el objetivo de reducir la contaminación, se haría a un coste muy elevado. Ante esto, en los años noventa se introdujeron instrumentos económicos o de mercado: impuestos o mercados de permisos.
Para aplicar una política se deben hacer evaluaciones ex ante y ex post. Ex ante se debe analizar si será efectiva (conseguir el objetivo), eficiente (conseguirlo al mínimo coste), viable (administrativa y socialmente) y equitativa.
Los instrumentos económicos son los que mejor cumplen estos requisitos. Consiguen eficiencia estática. Dada la existencia de información asimétrica (el regulador no conoce los costes de las empresas), la autoridad no sabe qué cantidad es la eficiente para cada empresa. Con instrumentos de precios en forma de impuestos (o instrumentos de cantidades mediante permisos de contaminación, como sucede en el caso del Mercado Europeo de Comercio de Emisiones), cada empresa se sitúa en el punto eficiente. Si puede reducir la contaminación a un menor coste que el impuesto, lo hará, sino, preferirá pagar el impuesto.
Además, estos instrumentos generan eficiencia dinámica, ya que incentivan a innovar para contaminar menos, y así pagar menos impuestos. De esta forma, vemos que los impuestos ambientales generan incentivos que contribuyen a mejorar el medioambiente. Pero también pueden producir otro beneficio. Los impuestos tradicionales son distorsionantes, llevan a que las decisiones de los agentes no sean las óptimas, por lo que aplicando impuestos ambientales se podrían reducir esos impuestos y sus efectos perjudiciales. Esto se conoce como doble dividendo de los impuestos ambientales, lo que justifica las Reformas Fiscales Verdes, que se han llevado a cabo en algunos países europeos.
Por otro lado, en el segundo día de clase hablamos sobre cambio climático. Es un problema especialmente grave por su gran magnitud, con impactos potencialmente muy elevados y grandes incertidumbres. Además, actuar contra este problema es muy costoso y difícil, con exigencia de cambios profundos en la sociedad. Por ello, las políticas para el cambio climático tienen que ser muy bien diseñadas. Sin embargo, esto es muy complicado, ya que exige coordinación internacional, con fracasos como Kioto o Copenhague.
Esto es uno de los mayores desafíos de la humanidad, ya que un incremento mayor a 2ºC de la temperatura media del planeta sería catastrófico. Hay que tener en cuenta que el calentamiento no sería uniforme, sino mayor en determinadas zonas. Además, especialmente preocupante serían los fenómenos extremos, que aumentarían su probabilidad e intensidad, generando daños enormes, y con el agravante de una gran incertidumbre.
Para finalizar, analizamos tres estudios de caso. En primer lugar estudiamos la situación de la imposición energético-ambiental en España. Comprobamos como, a pesar de los numerosos beneficios de aplicar estos impuestos, en nuestro país son muy limitados, y, en casos como los combustibles fósiles, se sitúan claramente por debajo de los niveles europeos. Por tanto, parece poco adecuado que mientras existen problemas de déficit público, de altas emisiones de CO2, o elevados impuestos distorsionantes como el IRPF, no se aproximen los tipos impositivos de la energía a la media europea, que permitirían incrementar considerablemente los ingresos públicos, desincentivar la contaminación o reducir otros impuestos.
En el segundo caso de estudio nos centramos en la eficiencia energética en edificios. Una mejora en dicha eficiencia generaría grandes ahorros que, además de reducir la demanda de energía, beneficiarían a las familias, no solo con ahorros netos, sino también con mayor calidad de vida. En el caso español, la mala situación de nuestras viviendas hace que este problema sea especialmente grave, por lo que una propuesta para solucionarlo sería introducir impuestos que penalicen la baja eficiencia energética, para así incentivar las reformas.
El último caso que estudiamos fue la prospectiva energética y cambio climático. Aquí constatamos que para conseguir el objetivo de un incremento de la temperatura media de solo 2ºC serían necesarios grandes cambios en las políticas y tecnologías. Sin embargo, todas las previsiones apuntan a que este objetivo es inalcanzable, y que en realidad se producirá un incremento mayor. De cualquier forma, para conseguir el mínimo calentamiento posible, los dos factores que deberían jugar un papel más relevante son la eficiencia energética y el desarrollo de las energías renovables.